La edad de la penumbra by Catherine Nixey

La edad de la penumbra by Catherine Nixey

autor:Catherine Nixey [Nixey, Catherine]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Taurus
publicado: 2018-05-16T22:00:00+00:00


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PURIFICAR EL ERROR DE LOS DEMONIOS

¡Alejaos de todo libro pagano!

Constituciones apostólicas, 1.6.1

En Alejandría, hacia el final del siglo V, un cronista cristiano llamado Zacarías de Mitilene entró en la casa de un hombre y vio que estaba «sudoroso y deprimido». Zacarías supo al momento qué estaba pasando; ese hombre estaba luchando contra los demonios. Sabía también de dónde procedían esos demonios; el hombre tenía en su casa algunos documentos que contenían embrujos paganos. «Si quieres deshacerte de la ansiedad —le dijo entonces al hombre— quema esos papeles.» Y eso hizo él. Cogió las obras y, delante de Zacarías, les prendió fuego. El encuentro termina cuando al hombre que se ha librado de sus «demonios» —y de una parte de su biblioteca— le leen una homilía.[430] Como deja muy claro el pío Zacarías, no cree haberle hecho ningún daño a ese hombre al obligarle a quemar sus papeles. No le ha acosado ni ha actuado con crueldad. Al contrario, lo ha salvado.

Este no fue un acontecimiento aislado. Durante los años y las décadas posteriores a la conversión de Constantino, en pueblos y ciudades de todo el imperio, fervientes funcionarios «salvaban» una y otra vez las almas de los descarriados de los peligros a los que les exponían los libros. El precedente de todo esto lo había establecido con prontitud y énfasis Constantino, cuando ordenó que se quemasen las obras del herético Arrio y condenó a muerte a todo aquel que ocultara libros heréticos. Las obras sospechosas de prácticas «heréticas» o «mágicas» —significaran lo que significasen esos términos— se convertían en humo en las hogueras públicas.

En Alejandría, Antioquía y Roma, las hogueras de libros ardían y los funcionarios cristianos contemplaban el espectáculo con satisfacción. Quemar libros era algo aprobado e incluso recomendado por las autoridades de la Iglesia. «Buscad los libros de los herejes [...] en todos los lugares —advertía Rábula, el obispo sirio del siglo V—, siempre que podáis, traédnoslos o quemadlos en el fuego».[431] En Egipto, alrededor de la misma época, un temible monje y santo llamado Shenute entró en la casa de un hombre sospechoso de ser pagano y se llevó todos sus libros.[432] La costumbre cristiana de quemar libros gozaría de una larga historia. Un milenio más tarde, el predicador italiano Savonarola quiso que se prohibieran las obras amorosas de los poetas latinos Catulo, Tibulo y Ovidio, mientras que otro predicador dijo que había que hacer desaparecer todos esos «libros vergonzosos [...] porque si sois cristianos estáis obligados a quemarlos».[433]

Los libros habían ardido bajo el gobierno de los emperadores no cristianos; el controlador Augusto había ordenado la quema de dos mil libros de escritos proféticos y había condenado al exilio al poeta Ovidio por mal comportamiento, pero en este momento el alcance y la ambición de la quema creció. Hay pocas pruebas de que los cristianos destruyeran intencionalmente bibliotecas enteras; el daño que el cristianismo infligió a los libros se llevó a cabo de una manera más sutil —pero no menos efectiva— por medio de la censura, la hostilidad intelectual y el puro miedo.



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